Cuando tu mundo se caiga a pedacitos, agarrate de la locura.


miércoles, febrero 02, 2011

El caminante (parte 4)

Durante varios meses no tuve noticias del caminante. Todas las noches me daba una vuelta por la casa de la calle Bogotá, con la esperanza de cruzarme con aquella mujer que, según Dorkas, era el diablo.
No pude volver a verla. Pero sí vi salir a muchos hombres. Calculé que serían demonios, ya que los réprobos no pueden ausentarse del infierno a su capricho. Parando la oreja, me pareció escuchar lamentos y quejas de los condenados que seguramente ardían en las habitaciones del fondo.
Debo confesar que estaba obsesionado con aquella hembra. No podía pensar en otra cosa. Mis amigos me evitaban. Había dejado mi trabajo. Me había enamorado del modo más ruin.
Una noche de carnaval. Busqué distraerme con una pechugona que conocí en la plaza. Mientras la inspeccionaba distraídamente en un portón, oí a mis espaldas la voz del caminante perpetuo.
- Alegría, alegría -gritó y me mojó con un pomo.
Estaba disfrazado de El Zorro. La casaca le había quedado mal abotonada y fuera del pantalón, como fatalmente ocurre cuando uno se viste caminando. -Gusto en verlo, Dorkas. Le presento a mi amiga.
La pechugona sonrió mientras se acomodaba la ropa.
El hombre estableció una órbita alrededor de un árbol.
- Mire lo que tengo.
Sacó del bolsillo una cigarrera.
- Este objeto, señor mío, permite a su poseedor alzarse con el amor de todas las damas.
- ¿ De todas ?
Me esforcé en argumentar que no era deseable ser amado por la totalidad de las señoras. Sino más bien por aquellas que uno mismo eligiese. Pero Dorkas me cortó en seco.
- No piense que usaré la cigarrera para expandir mi serrallo. Usted bien sabe que sólo pretendo romper el hechizo de la bruja.
- ¿ Cómo la consiguió ?
- En la calle Condarco, por supuesto
- Sea prudente, Dorkas Este barrio esta lleno de charlatanes y de falsos hechiceros que se aprovechan de las personas demasiado crédulas. ¿ Cómo sabe que esa cigarrera es mágica ?
- No lo sé. Tan sólo lo deseo.
Dio media vuelta y marchó a paso vivo por el empedrado. Yo me dispuse a reanudar mis caricias callejeras, pero la pechugona, sin saludar siquiera, corrió tras de Dorkas, lo tomó del brazo y me abandonó para siempre.