Cualquier dictamen sobre la persona de Tamas Dorkas es necesariamente apresurado. Puedo garantizar, eso sí, su calvicie y su estatura exigua.
La primera vez que lo vi, fue en la calle Bacacay. Por comodidad literaria, podría mentir que andaba yo sin rumbo fijo. La verdad es que -como casi siempre- dudaba entre algunos rumbos posibles.
Dorkas apareció a mis espaldas e hizo oír su voz chillona.
-Tenga cuidado, amigo. Este barrio está lleno de brujas. No le conviene caminar cerca de las paredes.
Mientras hablaba, se movía a mi alrededor con paso gimnástico.
-Yo si fuera usted, buscaría la luz de la avenida. Aquí suceden cosas muy extrañas.
Después de esta frase, ensayó una carrerita y me sacó como cuarenta metros de ventaja.
Yo apuré el paso y, tal vez por cortesía, le grité :
- Espere... Si quiere decirme algo, dígamelo del todo... Deténgase, por favor.
- Ese es el punto... no puedo detenerme. Y no es una metáfora. ,Quiero decir que me resulta enteramente imposible dejar de caminar.
El hombre se creyó en el caso de ilustrar sus palabras con movimientos ostensibles.
Empezó a trotar en zig-zag, mientras reclamaba con miradas insistentes un gesto de comprensión.
- Pero, ¿por qué no puede detenerse?
- Si me hace el favor de acompañarme un rato, se lo explicaré.
Doblamos por Artigas hacia el norte. Tuve la sensación de que Dorkas usaba su paso como recurso expresivo. Marchaba más lentamente en los silencios. Enfatizaba pisando fuerte. Cuando no encontraba una palabra, su andar se hacía sinuoso. Y si trataba de recordar algún detalle olvidada directamente retrocedía.
Me llamo Tamas Dorkas y vivo en todas partes. Así como me ve, yo he sido un gran seductor. He tenido muchas mujeres, no es por presumir. Las amaba por un tiempito y después las abandonaba. Trataba de lograr que se enamoraran mi y cuando estaba seguro de ello, desaparecía.
Dorkas subrayaba la inconstancia de sus amores subiendo y bajando del cordón de la vereda.
- Pero un día, tuve la desgracia de encontrarme con La Bruja. Por si usted no lo sabe, se trata de la mujer más hermosa del mundo. En verdad, ella también disfrutaba provocando amores desgraciados. Yo me enamoré vergonzosamente. Era capaz de cumplir las comisiones más indignas, con tal de complacerla. Una noche me comunicó su decisión de abandonarme en los términos más crudos. Entonces me desesperé. Me arrastré como un gusano. Imploré supliqué. Y luego me ejercité en el reproche minucioso. La Bruja resolvió castigar mi estupidez: me hechizó. Me hechizó del modo espantoso que usted puede ver. Estoy condenado a caminar perpetuamente.
No puede evitar algunas indagaciones burguesas.
- Disculpe, señor Dorkas. Pero... ¿cómo hace usted para vivir al trote? Hay ciertas cosas...
- Si, ya sé. Todos preguntan lo mismo. Uno se acostumbra. No quiero escandalizarlo con detalles: puedo decirle que me las arreglo bastante bien. Por ejemplo, puedo dormir caminando. Lo malo es que a veces me despierto en lugares totalmente desconocidos.
- ¿Y no hay ninguna forma de romper el hechizo?
Claro que sí. Los Brujos de Chiclana me han dicho que para liberarme, debo encontrar cinco cosas. Desde luego, se trata de hallazgos casi imposibles.
- A ver.
Primero: una copa del licor del recuerdo...
Segundo: localizar una de las entradas del infierno...
Tercero: conseguir la cigarrera de níquel que garantiza el amor de las mujeres...
Cuarto: encontrar a alguien que ame a la bruja más que yo...
Quinto: estrechar la mano de Manuel Mandeb.
- Creo que los Brujos de Chiclana se han burlado de usted. Jamás podrá cumplir.
Y ahora si me permite, su conversación es muy interesante, pero estoy empezando a cansarme.
No se preocupe, estoy acostumbrado. Siempre sucede lo mismo. Ya nos encontraremos: algo me dice que usted va a ayudarme.
- ¿ Qué le hace pensar tal cosa?
Dorkas empezó a explicármelo. Pero la esperanza le aceleraba el paso y ya no pude seguirlo. Me senté en un umbral y dejé que se fuera hablando solo.