No lo paraba de soñar desde hacía meses.
Estaba en el lavamanos cuando de pronto, alumbrados a media luz, alguien rodeó mi cintura.
Susurró mi nombre al oído y yo reconocí esa voz, la voz que era mi música de invierno y me hacía perder el frío.
Lentamente giré la cabeza. muy despacio, cuidando de no romper la magia del momento y con desespero, encontré sus labios de durazno frente a los míos que temblaban.
Sentirlos fundirse me llenó de momentos.
Su voz, sus ojos de miel, su risa armoniosa, todo el lograba tibiarme la sangre.
Respirar su mismo aire, sentir su piel aterciopelada rozar levemente la mía hacía estallar el fuego de mi corazón.
Y sus lunares, esos lunares se grabaron en mi mente y aún con los ojos cerrados, sabía a la perfección dónde estaban.
Los ojos cerrados.
Al abrirlos no había nadie más que yo y el fantasma de mi fantasía.
El fantasma que nunca se me apareció.
El fantasma que nunca murió por mí y que nunca nació para mí.
Así es como me siento cada noche, ya que cada noche sueño con él.